Tal vez una de nuestras tareas más urgentes sea volver a aprender a viajar, en todo caso, a las regiones más cercanas a nosotros, a fin de aprender nuevamente a ver
(M. Augé, El Viaje Imposible).
En esta cita del libro de Marc Augé diría que se resume la trayectoria que seguirá este blog, que no pretende ser una simple guía de viajes, sin menospreciar aquellas, sino más bien, una invitación a reflexionar sobre la forma en la que viajamos o conocemos, a través de propuestas de itinerarios, recomendaciones literarias y/o cinematográficas, o de otros blogs que considere oportunas e interesantes. En definitiva, aportar nuevas consideraciones que impliquen esa «vuelta a la tortilla» de la que hablamos a la hora de hacer turismo, que considero que se hace tan necesaria a día de hoy cuando se dan tendencias como la gentrificación, la mercantilización de la cultura, la tematización (disneyzación) de destinos o la dependencia tecnológica. Dicho esto, a modo de reseña de la obra del antropólogo francés y como introducción al contenido de este espacio, realizaré una breve reflexión dejando preguntas abiertas para alimentar siempre el espíritu crítico.
Vivimos en una sociedad de la imagen, eso no se puede obviar, estamos rodeados de imágenes y además parece que vivimos obsesionados en crearlas y mostrarlas al resto del mundo a través de nuestras redes sociales. Y bueno, hasta ahí bien, no me parece ninguna idea descabellada, es como funciona el mundo y tampoco es necesario ir de clasista por la vida. Y sin embargo, creo que sería ideal que se pudiesen hacer prácticas para reeducar la forma en que vemos las cosas, y de esta forma ser más capaces de escuchar con la mirada, ya que pararnos a observar y reflexionar hace mucha falta. A pesar de ello, en un mundo rápido y globalizado en el que nos encontramos constantemente sobreestimulados esta no es tarea fácil.
Porque sí, es necesario desconectar, todos tenemos el derecho a escabullirnos de vez en cuando, a romper con la rutina, y por ello, es tan importante el ocio, el descanso y en definitiva, hacer turismo. Aún así, a veces me da la sensación de que no se logra este objetivo con éxito, es decir, sin dejar de disfrutar por supuesto de las vacaciones, parece que hemos dejado literalmente de descubrir, pues ya no nos dejamos llevar y seguimos continuamente pendientes de estar conectados con el resto del mundo, desvaneciéndose de este modo la figura romántica del viajero. Ansiamos reconocer hitos en imágenes aún viajando a la otra punta del planeta…A veces, me atrevo a decir, parece que nos sentimos «más como en casa» viajando a un país lejano, que cerca de nuestro propio hogar, donde igual aún no hemos descubierto nuevos rincones como una curiosa librería, una antigua tasca de barrio que permanece intacta por el paso del tiempo, un mirador improvisado, un yacimiento arqueológico que pasa desapercibido… ¿Dónde queda entonces la emoción de viajar? Hacer turismo no es tan estimulante si nos cernimos a cumplir un ritual establecido que no se aleja de la seguridad del hogar. Mires donde mires, reconoces o buscas reconocer, y de ahí “el viaje imposible” del que nos habla M. Augé.
Yo veo el futuro del turismo en la búsqueda de una alternativa. Hacer un viaje y crear o aportar algo nuevo, buscar la desconexión real. Encontrar donde no hay nada escrito, y si se quiere, claro, compartirlo, ya que todos podríamos aportar desde nuestra experiencia, e incluso desde el desconocimiento del territorio en el que nos encontramos, a través del filtro de nuestras propias interpretaciones. De vez en cuando, aventurarse y viajar sin guía, a la deriva, siendo nosotros nuestra propia guía alternativa, buscando nuevos caminos y no uno definido de ante mano, que ya nos hayan contado, hayamos visto en imágenes anteriormente, o nos hayan vendido como un paquete turístico en una agencia de viajes. Por eso, propongo siempre que vayamos a realizar alguna escapada, por supuesto, llevar una guía de viaje -ya que tampoco queremos perdernos en mitad de un territorio hostil y desconocido, no me malinterpretéis- dejando algunas páginas en blanco para añadir nuestra aportación individual sobre el lugar en el que nos encontramos, ya sea un país al otro lado del océano, el pueblo de nuestros ascendientes, o la misma ciudad en la que vivimos, y por supuesto, buscar siempre un feedback con los residentes del lugar. Solo así nos impregnaremos verdaderamente del destino visitado, y porque no, podremos conocernos un poco más a nosotros mismos.
El mundo actual está pidiendo a gritos que nos detengamos un momento, y que actuemos desde la sensibilidad por las cosas que nos rodean, interiorizando que somos parte integrante de un ecosistema. En el ámbito del turismo esta cuestión también nos atañe. Ahora bien, ¿cómo darle la vuelta a la tortilla? ¿Cómo lograr crear un nuevo ecosistema para el turismo en el que se beneficie a todos los actores: visitante y visitado, organismos gestores, el propio territorio con sus recursos culturales y naturales? ¿Cómo alcanzar un equilibrio sin deteriorar la esencia del territorio visitado? En definitiva, ¿cómo lograr la sostenibilidad tan ansiada? ¿Se trata pues, de un compromiso conjunto?
Por último, quisiera recomendar echar una ojeada a este proyecto de investigación en el cual colaboré, en el que se tratan todas estas cuestiones, proponiendo nada menos que la creación de un nuevo ecosistema para el turismo cultural, en este caso, a través de la vinculación de dos disciplinas: arte y turismo. En este proyecto se propone esta nueva visión, de concebir esta actividad desde la sensibilidad por el territorio como destino turístico. ¿Es posible pues, hacer del turismo arte y viceversa? El resultado es el ensayo sobre arte-turismo, de Fernando Maseda y Manena Juan. Les dejo a continuación el link a la página web.